… los jóvenes del pueblo hemos tenido que soportar a las hienas policiales y militares resoplándonos en la nuca más de lo habitual. Hemos visto a centenares de efectivos de este estado pavoneándose por nuestros barrios, con camiones llenos de gente cuyo único delito era “estar comprando unos cigarrillos en la esquina de la casa” o “estar jugando parqués con los vecinos en la tienda y no llevar los papeles” o, incluso, como le ocurrió a un par de niños de 12 años en Copacabana, “estar chiflando a la caravana de tombos que les interrumpió el ´piquecito de fútbol` en la calle” mientras pasaban, por lo que fueron detenidos “para que aprendieran a respetar” según la torcida lógica del cerdo que los obligó a montarse al furgón. Han atestado los calabozos con cientos de niños, hombres y mujeres del pueblo en barrios de la ciudad como Aranjuez, Manrique, Campo Valdés, Santa Cruz, etc… y algunos municipios cercanos como Bello y Copacabana, apiñándonos como salchichas y empadronando a todos y cada uno de los que han caído en sus garras, obligando a que se explique en detalle tanto las actividades en que se desempeñan los detenidos y sus familiares, como la dirección y número telefónico de los domicilios.
La reacción se ha concentrado en atacar principalmente a la juventud popular, por ser un sector altamente explosivo y potencialmente muy rebelde. En la práctica, este sistema está criminalizando a toda una generación de jóvenes del pueblo. Con frecuencia, llegan los tombos, paracos y soldados a nuestros barrios y parches acosando, golpeando, insultando, atropellando y hasta matándonos por el mero hecho de dizque tener el pelo largo, o rapado, o teñido, o usar ropa ancha o estrecha, o vestirse de negro o con colores vistosos, o ir de mochila o descomplicado, o ponerse aretes o gorra, o estar fumando o tomando… o por esto o aquello… y así hasta la náusea, pues realmente utilizan cualquier cosa como pretexto para aplicar su brutalidad contra nosotros, los hijos de los trabajadores. Se agarran de cualquier pretexto para aplicar su brutalidad contra nosotros, los hijos del pueblo. De hecho, y para poner un ejemplo extremo, este Estado está complementando esas rondas militaristas por los barrios con una creciente campaña de requisas y detenciones policiales en colegios y escuelas, de la misma forma en que lo vienen haciendo ampliamente desde hace un par de años en ciudades como Bogotá, Cali o Pasto, donde inclusive han impuesto toques de queda diurnos en las calles para detener a los estudiantes que no asistan al colegio, convirtiendo los centros educativos en verdaderas cárceles donde hasta los cerdos dan charlas sobre dizque “convivencia ciudadana”, alentando a los jóvenes para que se metan de sapos, “cooperen” con los opresores y traicionen a su pueblo.
Estas medidas de corte cada vez más fascista, con que refuerzan el ambiente de terror y zozobra que se vive usualmente en las barriadas y que recuerdan incluso los métodos aplicados por regímenes como el de Fujimori en el Perú o el de Pinochet en Chile, son la viva materialización de los planes que han trazado los imperialistas, principalmente norteamericanos, en conjura con sus títeres locales para afianzar más su posición dominante en la sociedad colombiana. En particular, los opresores están retorciendo más las clavijas que los mantienen en el poder y atan al pueblo a la moderna maquinaria de esclavitud imperialista, aplicando políticas tan reaccionarias, militaristas y antipopulares como las del Plan Colombia o la tan cacareada “seguridad democrática” del lacayo Uribe. Así es, mientras los explotadores locales y extranjeros intensifican su voraz saqueo y escurren con mayor avaricia hasta la última gota de sudor y sangre popular en campos y fábricas, se empeñan en ejercer una dictadura más atroz contra las masas.
Ahora bien, la sarta de mentiras con que los portavoces de este sistema han pretendido explicar su particular saña contra los jóvenes del pueblo se reduce básicamente a dos cosas: un supuesto “incremento de acciones violentas entre pandillas juveniles” y “su creciente consumo de drogas”. Por ejemplo, un comandante de la Policía de Cundinamarca, el cerdo coronel Fabio Castañeda, afirmó que “la Secretaría de Educación local apoya las jornadas (de requisas dentro de los colegios) como una de las fórmulas para bajar la violencia especialmente entre pandillas juveniles”.
¡El cinismo de los más grandes matones de este país no tiene límite! Ahora resulta que los asesinos a sueldo de la burguesía y los terratenientes, vienen a protegernos de nosotros mismos. ¡No faltaba más! Los pequeños delitos cometidos por los jóvenes del pueblo, muchas veces arrastrados por sus miserables condiciones de vida, no se comparan en nada con los grandes crímenes cometidos por las clases dominantes contra el pueblo, con el genocidio y saqueo a que nos han sometido durante siglos aplicando una política de “medir los resultados en litros de sangre”, tal como dijo recientemente el general Padilla. Es cierto que el individualismo, el egoísmo y el sectarismo que nos ha inculcado este sistema hace agudizar muchas veces los problemas entre nosotros mismos al punto que los resolvemos a golpes y no por la vía democrática-popular, que es como se deben resolver las divergencias entre el mismo pueblo; sin embargo, esta situación y sus resultados no pueden compararse nunca con las atrocidades cometidas por el Estado (sí, ¡por este Estado que también cobija a los paramilitares!) como las más de 1300 fosas comunes abiertas en dos años con restos de centenares de campesinos y luchadores sociales torturados y desmembrados, o como las más de 1000 ejecuciones extrajudiciales (asesinatos ilegales, según su lógica macabra) cometidos por la “Fuerza Pública” desde el 2002, o como los más de 558 casos de asesinatos contra personas del pueblo en “falsos positivos” como el de la reciente noticia de los más de 100 jóvenes desaparecidos por el ejército y los paracos en el sur de Bogotá que aparecieron muertos en Norte de Santander luego de ser reportados cínicamente como “muertos en combate” por el ejército.
Los opresores nos viven echando la culpa de las porquerías que ellos mismos hacen, y luego vienen a reprimirnos con esa excusa. Ellos, que durante años se han enriquecido del jugoso negocio del narcotráfico mientras han desatado una feroz guerra contra el pueblo con el pretexto de estar combatiéndolo; ellos, que han atiborrado los mercados internacionales de droga a costa de millones de vidas para los pueblos del mundo; ellos, que han inundado nuestros barrios con alucinógenos que, además de engordarles los bolsillos, dejan en un estado de postración a las masas que los consumen para cuando el estado llega a reprimir; en fin, ellos, que sostienen y se sirven de este estado narcotraficante, ¡nos vienen a señalar de drogadictos y basura para la sociedad! El problema del consumo de drogas no se le puede achacar a las víctimas, sino a los reaccionarios y su asqueroso sistema, con toda la basura y miseria que implican para las masas.
No podemos permitir que se nos siga señalando y criminalizando por el mero hecho de ser jóvenes y del pueblo. Este sistema decadente quiere hundir a esta generación con él y tenemos que dejarle muy claro que no lo vamos a soportar, que se nos ha llenado la tapa con tantas humillaciones y que no haremos las paces con él. A los jóvenes del pueblo, y en especial a los más rebeldes, osados y radicales, nos corresponde asumir la responsabilidad de despertar a los miles que aún hoy se encuentran aletargados y pasivos, mostrando que los verdaderos intereses de este sistema son la opresión y la explotación, y que su programa para la juventud es de mayor represión y no corresponde a los intereses del pueblo, como incluso lo está creyendo un sector de éste.
Tenemos que levantar la más enérgica voz de protesta contra todo el proyecto reaccionario que tienen los opresores para la sociedad colombiana. Debemos tomarnos las calles, los colegios, las fábricas, los parches, los toques y difundir este mensaje con osadía. Hay que atrevernos a romper con lo que habitualmente se hace, platica y discute en los lugares que habitamos y frecuentamos, generando espacios donde realmente se debatan nuestros problemas y sus soluciones, e introduciendo firmemente el mensaje de que sólo combatiendo a este sistema es posible lograr cambios significativos en nuestras vidas. Tenemos que adquirir conciencia de que lo que está en juego ahora para los jóvenes oprimidos es muy importante, pues este sistema quiere repetir con nosotros la dolorosa historia de torturas, genocidio y represión en masa con que intentaron doblegar los sentimientos y lucha populares de las generaciones anteriores, a la vez que nos niegan esa historia, como un aspecto clave en su guerra contra el pueblo.
Hay que generar una oleada de lucha juvenil revolucionaria como parte de la lucha que debe asumir el pueblo contra el imperialismo y sus lacayos. Para lograrlo, para afectar seriamente a este sistema y, en última instancia, ser partícipes y testigos de su destrucción, debemos estar bien organizados y orientados por una línea consecuentemente revolucionaria, que nos permita evitar las trampas que ponen los reaccionarios con el objetivo de que caigamos en sus juegos y tramoyas. Sólo luchando así y en forma perseverante con el resto del pueblo, podremos aspirar a vivir en un sociedad donde sean los intereses de la inmensa mayoría, y no los de unos cuantos parásitos, los que se pongan al mando, donde seamos tratados como seres humanos y no como animales de carga, donde se nos permita explorar el mundo y transformarlo concientemente; en fin, sólo con una consecuente lucha antiimperialista podremos resolver los problemas de nuestro pueblo y construir una sociedad infinitamente superior a ésta.
¡Contra la criminalización de la juventud popular, la rebelión se justifica!
¡Contra la brutalidad policial, organizarse y resistir!
¡De norte a sur, de oriente a occidente unir las luchas del pueblo!
¡Atreverse a rebelarse! ¡Atreverse a hacer revolución! ¡Atreverse a romper las cadenas!
¡Se justifica la rebelión, se necesita la revolución!
Jóvenes Antiimperialistas